Olga Angélica Alarcón Benavides, actual Directora de Fundación Telefónica, nació en octubre de 1962 en Valdivia, estudio educación diferencial. Sin embargo, inicia su vida laboral en un campo muy distante a su formación original, una empresa de telecomunicaciones. 

Además de su carrera, Olga inició su camino como activista y transformadora en 1989, colaborando con amigas para fundar el Hogar de Cristo en Valdivia. 

En el año 2000, le ofrecieron un traslado a La Serena, donde continuó trabajando para Telefónica, se sumó al voluntariado corporativo, enfocándose en la erradicación del trabajo infantil y buscando concientizar a la sociedad sobre el impacto negativo de este fenómeno, particularmente respecto al trabajo doméstico por parte de las niñas.  

Olga llevaba a cabo su propio desarrollo profesional y personal en la crianza de sus hijos e hijas y además decide iniciar estudios de psicología, obtuvo un magister en liderazgo y comunicaciones estratégicas de la Universidad de La Serena, así como un máster en dirección. Durante una década, se preparó para la próxima etapa de su carrera, que incluyó la coordinación de la comunicación y transmisión del rescate de los 33 mineros de la mina San José. 

Es conocida por su perseverancia y por su compromiso con las causas sociales que afectan a los niños y las personas mayores. Su activismo se ha centrado en concientizar y movilizar la opinión pública para implementar políticas que defiendan la tolerancia cero al trabajo infantil. Hoy en día, su trabajo gira en torno al desarrollo del pensamiento computacional y lenguajes digitales para la formación de niños, y especialmente niñas en la educación de Chile.  

Las voluntarias destacan de Olga su trayectoria laboral dado los importantes proyectos que ha impulsado para conectar a las comunidades rurales y promover la alfabetización digital. Además de su disruptiva participación en el área de ciencias, un espacio sumamente masculinizado y en gobernado por ingenieros. Su relato las inspiró profundamente dada su tenacidad al no renunciar a su propósito a pesar de los sacrificios personales que tuvo que hacer.