Mi nombre es Anacarla Figueroa González, nací en Santiago de Chile. Tengo 24 años y soy madre de dos criaturas: Gabriel y Julieta Isabel que conmemoran en vida a dos grandes mujeres que el patriarcado nos arrebató. Trabajo, estudio y mantengo mi hogar, ubicado en uno de los barrios más marginados de la capital.
En 2016, tuve la primera noción de feminismo, el que había estado presente durante toda mi vida sin saberlo, hasta la primera vez que salimos a las calles con años de rabia e injusticias en el cuerpo a exigir justicia por nuestras asesinadas. Viví el mayo feminista del 2018 con mis compañeras y logramos levantar la Secretaría de Sexualidades y Género en todas las facultades.
En nombre de Gabriela Alcaíno, creamos una coordinadora y concientizamos sobre violencia en el pololeo en colegios, juntas de vecinos y distintos espacios públicos. Además, con La Resistencia de Maipú, trabajamos levantando distintas instancias feministas como asambleas, cabildos, círculos, manifestaciones socioculturales, entre otros, convocando a más de 300 mujeres con el mismo objetivo: hacer justicia por las que no están, las que estamos y las que estarán. Participé en la Asamblea Feminista de Maipú alzando nuestra voz en contra de la violencia político sexual que compañeras secundarias sufrieron en los primeros días del estallido social.
En nombre de María Isabel Pávez, decidí entregar clases gratuitas de inglés a niñas y adolescentes de la comunidad. Pues ella era una mujer con mucho potencial y era una de esas personas que hacían que el mundo fuera mejor y quien en diciembre de 2020 fue asesinada por su ex pareja.
Hoy soy vocera de la asamblea feminista de mi carrera y participo en la Asamblea General Feminista del Ex-Pedagógico. También, alzo mi bandera de lucha sobre la maternidad en redes sociales, derrumbando mitos y prejuicios, y entregando apoyo a madres jóvenes que se sienten sobrepasadas por la injusticia de criar solas.
Gracias a cada mujer que ha marcado mi vida, quienes me acompañan y me hacen entender que no estoy sola y que mi dolor es compartido. Y es que somos feministas gracias a nuestra propia historia.